Aunque la mayoría lo desconoce, la ciencia ha logrado descubrir que nuestros cuerpos son capaces de oler la muerte. No se trata de un olor en el sentido que este se acostumbra a entender, pues ciertamente, aunque lo percibimos a través de nuestros sentidos como sucede con cualquier otro, sería imposible definirlo atendiendo a algún aspecto concreto de la realidad externa.
Lo cierto es que el hedor a muerte es algo que por un lado percibimos del exterior, y que por otro nuestro cerebro interpreta acudiendo a mecanismos inconscientes que no responden a una lógica racional. Es complejo, pero cierto. Lo cierto es que a lo largo de nuestra vida tenemos noticia de miles de olores distintos, los cuales provocan en nuestro cuerpo reacciones que alteran nuestro estado físico que realmente no sabemos interpretar a través de un razonamiento lógico. El cuerpo humano es capaz por ejemplo de detectar señales de quimioterapia, la cuales provocan reacciones varias en nuestro físico tales como un sentir de amenaza y rechazo que no somos capaces de explicar por qué tienen lugar.
Con el olor a muerte ocurre algo parecido, y la reacción que nos provoca es muy similar a la que tiene en animales. Un estudio reciente demostró que al ser expuestos al olor a putrescina, los animales asociaban el aroma a, por un lado, el hecho de que un depredador situado en lugares más arriba en la cadena alimenticia está cerca y, por otro, a la presencia de patógenos cercanos que podrían poner en peligro sus vidas. Por tanto, en los dos casos los animales reaccionaron yéndose lejos del lugar.
Bajo ninguna circunstancia, los animales querían correr el riesgo de ser lastimados o potencialmente muertos. Con respecto a los humanos, el experimento llevado a cabo fue algo diferente y se articuló en torno a cuatro aspectos diferentes. Por un lado, la vigilancia. En el primer experimento los encargados del estudio pusieron a prueba la vigilancia al exponer a los individuos al olor a putrescina. También hicieron uso de amoníaco y agua para exponer a otros participantes.
Al exponerse a esta sustancia, la mayoría reaccionó con mucha más rapidez que cuando se les expuso a amoníaco con agua. Similar olor, pero distinta reacción. En efecto, el cerebro es complejo y esconde lógicas que nuestra razón desconoce. El segundo experimento tomó forma a través de la exposición de un grupo de personas al olor a putrescina, a quienes se les pidió que lo clasificaran según su repugnancia, intensidad y familiaridad. También se perseguía conocer la velocidad a la cual se alejaban del lugar a más de 80 metros.
Los resultados del experimento mostraron que aquellos que podían oler y familiarizarse con el aroma de la putrescina, se alejaban mucho más rápido que aquellos que no estaban seguros del olor. Esto demuestra que el olor evocaba una sensación de escape. En otro experimento, los investigadores dieron a los participantes la tarea de finalizar palabras poco después de haber sido expuestos al olor. Los resultados mostraron que el aroma de putrescina causaba que los participantes usaran constantemente palabras de escape y palabras amenazantes.
El experimento final hizo que los participantes se expusieran al aroma y se les dio un texto para leer mientras el aroma estaba presente. Debían evaluar al autor del texto después de leerlo. A pesar de no poder determinar el olor de la putrescina, los participantes definitivamente mostraron una actitud defensiva y extremadamente hostil hacia el autor. Los resultados demostraron que la exposición al olor evocaba un comportamiento defensivo.
Ahora que sabes que tu nariz tiene la capacidad de sentir cuando tiene cerca a la muerte, nunca debes ignorar las siguientes señales que tu cuerpo te está enviando, puesto que pueden salvarte la vida. Nos referimos a cambios en la respiración (se ruega tener cuidado con el patrón respiratorio llamado Cheyne-Stokes, por el cual la respiración es muy profunda y rápida, seguida de respiraciones cortas y luego un período de no respiración), delirio, somnolencia, y cambios en la piel.